Patriarcas y Profetas

Capítulo 42

La Repetición de la Ley

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EL SEÑOR anunció a Moisés que se acercaba el tiempo señalado para que Israel tomara posesión de Canaán; y mientras el anciano profeta se hallaba en las alturas que dominaban el río Jordán y la tierra prometida, miró con profundo interés la herencia de su pueblo. ¿No podría revocarse la sentencia pronunciada contra él a causa de su pecado en Cades? Con hondo, fervor imploró: "Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza y tu mano fuerte; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga según tus obras, y según tus valentías? Pase yo, ruégote, y vea aquella tierra buena, que está a la parte allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano." (Deut. 3: 24, 25.)

La contestación que recibió fue: "Bástate; no me hables más de este negocio. Sube a la cumbre del Pisga, y alza tus ojos al occidente, y al aquilón, y al mediodía, y al oriente, y ve por tus ojos: porque no pasarás este Jordán." (Vers. 26, 27.)

Sin murmurar, Moisés se sometió a lo decretado por Dios. Y su preocupación se concentró en el pueblo de Israel. ¿Quién sentiría el interés que él había sentido por el bienestar de ese pueblo? Con el corazón desbordante de emoción exhaló esta oración: "Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, varón sobre la congregación, que salga delante de ellos, y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca; porque la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor." (Núm. 27: 16, 17.)

El Señor oyó la oración de su siervo; y la contestación fue: "Toma a Josué hijo de Nun, varón en el cual hay espíritu, y pondrás tu mano sobre él. Y ponerlo has delante de Eleazar el sacerdote, y delante de toda la congregación; y le darás órdenes en presencia de ellos. Y pondrás de tu dignidad sobre él para que toda la congregación de los hijos de Israel le obedezcan." (Vers. 18-20.) Josué había sido asistente de Moisés por mucho tiempo; y siendo hombre de sabiduría, capacidad y fe, se le escogió para que le sucediera.

Por la imposición de las manos de que le hizo objeto Moisés al mismo tiempo que le hacía recomendaciones impresionantes, Josué fue consagrado solemnemente caudillo de Israel. También se le admitió entonces a participar en el gobierno. Moisés transmitió al pueblo las palabras del Señor relativas a Josué: "El estará delante de Eleazar el sacerdote, y a él preguntará por el juicio del Urim delante de Jehová: por el dicho de él saldrán, y por el dicho de él entrarán, él, y todos los hijos de Israel con él, y toda la congregación." (Vers. 21.)

Antes de abandonar su puesto como jefe visible de Israel, Moisés recibió la orden de repetirle la historia de su libramiento de Egipto y de sus peregrinaciones a través de los desiertos, como también de darle una recapitulación de la ley promulgada desde el Sinaí. Cuando se dio la ley, eran pocos los miembros de la congregación presente que tenían suficiente edad para comprender la terrible y grandiosa solemnidad de la ocasión, Como pronto iban a cruzar el Jordán y tomar posesión de la tierra prometida, Dios quería presentarles las exigencias de su ley, e imponerles la obediencia como condición previa para obtener prosperidad.

Moisés se presentó ante el pueblo con el objeto de repetirle sus últimas advertencias y amonestaciones. Una santa luz iluminaba su rostro. La edad había encanecido su cabello; pero su cuerpo se mantenía erguido, su fisonomía expresaba el vigor robusto de la salud, y tenía los ojos claros y penetrantes. Era aquélla una ocasión importante y solemne, y con profunda emoción describió al pueblo el amor y la misericordia de su Protector todopoderoso:

"Pregunta ahora de los tiempos pasados, que han sido antes de ti, desde el día que crió Dios al hombre sobre la tierra, y desde el un cabo del cielo al otro, si se ha hecho cosa semejante a esta gran cosa, o se haya oído otra como ella. ¿Ha oído pueblo la voz de Dios, que hablase de en medio del fuego, como tú la has oído, y vivido? ¿O ha Dios probado a venir a tomar para sí gente de en medio de otra gente, con pruebas, con señales, con milagros, y con guerra, y mano fuerte, y brazo extendido, y grandes espantos, según todas las cosas que hizo con vosotros Jehová vuestro Dios en Egipto ante tus ojos? A ti te fue mostrado, para que supieses que Jehová él es Dios; no hay más fuera de él." (Deut. 4: 32-35.)

"No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová, y os ha escogido; porque vosotros erais los más pocos que todos los pueblos: sino porque Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano fuerte, y os ha rescatado de casa de siervos, de la mano de Faraón, rey de Egipto. Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto de la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta las mil generaciones." (Deut. 7:7-9.)

Los israelitas habían estado dispuestos a culpar a Moisés por todas sus dificultades; pero ahora se habían eliminado todas las sospechas que tenían de que él estuviera dominado por el orgullo, la ambición o el egoísmo, y escucharon sus palabras con toda confianza. Moisés les presentó fielmente todos sus errores, y las transgresiones de sus padres. A menudo habían sentido impaciencia y rebeldía por causa de su larga peregrinación en el desierto; pero no podía acusarse al Señor por esta demora en tomar posesión de Canaán; él lamentaba más que ellos el no haber podido ponerlos inmediatamente en posesión de la tierra prometida, y así demostrar a todas las naciones cuán grande era su poder para librar a su pueblo. Debido a su falta de confianza en Dios, a su orgullo y a su incredulidad, no habían estado preparados para entrar en la tierra de Canaán. En manera alguna representaban a aquel pueblo cuyo Dios era Jehová; porque no tenían su carácter de pureza, bondad y benevolencia. Si sus padres hubieran acatado con fe la dirección de Dios, dejándose gobernar por sus juicios y andando en sus estatutos, se habrían establecido en Canaán mucho tiempo antes como un pueblo próspero, santo y feliz. Su tardanza en entrar en la buena tierra deshonró a Dios, y menoscabó su gloria ante los ojos de las naciones circundantes.

Moisés, que entendía perfectamente el carácter y el valor de la ley de Dios, le aseguró al pueblo que ninguna otra nación tenía leyes tan santas, justas y misericordiosas como las que se habían dado a los hebreos. "Mirad —dijo,— yo os he enseñado estatutos y derechos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis así en medio de la tierra en la cual entráis para poseerla. Guardadlos, pues, y ponedlos por obra: porque ¿esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia en ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, gente grande es ésta." (Deut 4: 5, 6.)

Moisés recordó al pueblo el "día que estuviste delante de Jehová tu Dios en Horeb." Y le desafió así: "¿Qué gente grande hay que tenga los dioses cercanos a sí, como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué gente grande hay que tenga estatutos y derechos justos, como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros?" (Deut. 4: 10, 7, 8.) Muy bien podría repetirse hoy el reto lanzado a Israel. Las leyes que Dios dio antaño a su pueblo eran más sabias, mejores y más humanas que las de las naciones más civilizadas de la tierra. Las leyes de las naciones tienen las características de las debilidades y pasiones del corazón irregenerado, mientras que la ley de Dios lleva el sello divino.

"Jehová os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que le seáis por pueblo de heredad como en este día" (vers. 20), declaró Moisés. La tierra en la cual estaban por entrar, y que había de pertenecerles con tal que obedeciesen estrictamente a la ley de Dios, les fue descrita en estas palabras que debieron enternecer los corazones de los israelitas, cuando recordaban que quien tan brillantemente les pintaba las bendiciones de la buena tierra, había sido, por causa del pecado de ellos, excluido de la herencia de su pueblo: "Jehová tu Dios te introduce en la buena tierra," "no es como la tierra de Egipto de donde habéis salido, donde sembrabas tu simiente, y regabas con tu pie, como huerto de hortaliza. La tierra a la cual pasáis para poseerla, es tierra de montes y de vegas; de la lluvia del cielo ha de beber las aguas;" "tierra de arroyos, de aguas, de fuentes, de abismos que brotan por vegas y montes; tierra de trigo y cebada, y de vides, e higueras, y granados; tierra de olivas, de aceite, y de miel; tierra en la cual no comerás el pan con escasez, no te faltará nada en ella; tierra que sus piedras son hierro, y de sus montes cortarás metal;" "tierra de la cual Jehová tu Dios cuida; siempre están sobre ella los ojos de Jehová tu Dios, desde el principio del año hasta el fin de él." (Deut. 8: 7-9; 11: 10-12.)

"Y será, cuando Jehová tu Dios te hubiere introducido en la tierra que juró a tus padres Abraham, Isaac, y Jacob, que te daría; en ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y casas llenas de todo bien, que tú no henchiste, y cisternas cavadas, que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste: luego que comieres y te hartares, guárdate que no te olvides de Jehová." "Guardaos no os olvidéis del pacto de Jehová vuestro Dios, ... porque Jehová tu Dios es fuego que consume, Dios celoso." En caso de que hicieran lo malo ante los ojos del Señor, entonces, dijo Moisés: "Presto pereceréis totalmente de la tierra hacia la cual pasáis el Jordán para poseerla." (Deut. 6:10-12; 4:23-26.)

Después de la repetición pública de la ley, Moisés completó el trabajo de escribir todas las leyes, los estatutos y los juicios que Dios le había dado a él y todos los reglamentos referentes al sistema de sacrificios. El libro que los contenía fue confiado a los signatarios correspondientes, y para su custodia se lo colocó al lado del arca. Aun así el gran jefe temía mucho que el pueblo se apartara de Dios. En un discurso sublime y conmovedor les presentó las bendiciones que tendrían si obedecían y las maldiciones que les alcanzarían si violaban la ley: "Si oyeres diligente la voz de Jehová tu Dios, para guardar, para poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, ... bendito serás tú en la ciudad, y bendito tú en el campo; bendito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu bestia,... bendito tu canastillo y tus sobras. Bendito serás en tu entrar y bendito en tu salir. Pondrá Jehová a tus enemigos que se levantaron contra ti, de rota batida delante de ti.... Enviará Jehová contigo la bendición en tus graneros, y en todo aquello en que pusieres tu mano." (Véase Deuteronomio 28.)

"Y será, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para cuidar de poner por obra todos sus mandamientos y sus estatutos, que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán;" "serás por pasmo, por ejemplo y por fábula, a todos los pueblos a los cuales te llevará Jehová." "Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde el un cabo de la tierra hasta el otro cabo de ella; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres, al leño y a la piedra. Y ni aun entre las mismas gentes descansarás ni la planta de tu pie tendrá reposo; que allí te dará Jehová corazón temeroso y caimiento de ojos, y tristeza de alma: y tendrás tu vida como colgada delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día, y no confiarás de tu vida. Por la mañana dirás: ¡Quién diera fuese la tarde! y a la tarde dirás: ¡Quién diera fuese la mañana! por el miedo de tu corazón con que estarás amedrentado, y por lo que verán tus ojos."

Por el Espíritu de la inspiración, Moisés, mirando a través de lejanas edades, describió las terribles escenas del derrocamiento final de Israel como nación, y la destrucción de Jerusalén por los ejércitos de Roma: "Jehová traerá sobre ti gente de lejos, del cabo de la tierra, que vuele como águila, gente cuya lengua no entiendas; gente fiera de rostro, que no tendrá respeto al anciano, ni perdonará al niño."

El asolamiento completo de la tierra y los horribles sufrimientos que el pueblo habría de soportar durante el sitio de Jerusalén por los ejércitos de Tito, muchos siglos más tarde, fueron pintados vívidamente: "Comerá el fruto de tu bestia y el fruto de tu tierra, hasta que perezcas: ... y te pondrá cerco en todas tus ciudades, hasta que caigan tus muros altos y encastillados en que tú confías, en toda tu tierra.... Comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos y de tus hijas que Jehová tu Dios te dio, en el cerco y en el apuro con que te angustiará tu enemigo." "La tierna y la delicada entre vosotros, que nunca la planta de su pie probó a sentar sobre la tierra, de ternura y delicadeza, su ojo será maligno para con el marido de su seno, ... y para con sus hijos que pariere; pues los comerá escondidamente, a falta de todo, en el cerco y en el apuro con que tu enemigo te oprimirá en tus ciudades."

Moisés cerró su discurso con estas palabras conmovedoras: "A los cielos y la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge pues la vida, porque vivas tú y tu simiente: que ames a Jehová tu Dios, que oigas su voz, y te allegues a él; porque él es tu vida, y la longitud de tus días; a fin de que habites sobre la tierra que juró Jehová a tus padres Abraham, Isaac, y Jacob, que les había de dar." (Deut. 30: 19, 20.)

Para grabar más profundamente estas verdades en la mente de todos, el gran caudillo las puso en versos sagrados. Ese canto fue no sólo histórico, sino también profético. Al paso que narraba cuán maravillosamente Dios había obrado con su pueblo en lo pasado, predecía los grandes acontecimientos futuros, la victoria final de los fieles cuando Cristo vuelva con poder y gloria. Se le mandó al pueblo que aprendiera de memoria este poema histórico y lo enseñara a sus hijos y a los hijos de sus hijos. Debía cantarlo la congregación cuando se reunía para el culto, y debían repetirlo sus miembros individuales mientras se ocupaban en sus tareas cotidianas. Tenían los padres la obligación de grabar estas palabras en la mente susceptible de sus hijos de tal manera que jamás las olvidaran.

Puesto que los israelitas habían de ser, en un sentido especial, los guardianes y depositarios de la ley de Dios, era necesario que el significado de sus preceptos y la importancia de la obediencia les fuesen inculcados en forma especial a ellos y por su medio a sus hijos y a los hijos de sus hijos. El Señor mandó con respecto a las palabras de sus estatutos: "Las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes: ...y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus portadas." (Deut. 6: 7-9.)

Cuando sus hijos les preguntasen en el futuro: "¿Qué significan los testimonios, y estatutos, y derechos, que Jehová nuestro Dios os mandó?" debían los padres repetirles la historia de cuán bondadosamente Dios los había tratado, de cómo el Señor había obrado para librarlos a fin de que ellos pudieran obedecer su ley, y debían declararles: "Mandónos Jehová que ejecutásemos todos estos estatutos, y que temamos a Jehová nuestro Dios, porque nos vaya bien todos los días, y para que nos dé vida, como hoy. Y tendremos justicia cuando cuidáremos de poner por obra todos estos mandamientos delante de Jehová nuestro Dios, como él nos ha mandado." (Vers. 20-25.)